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La Reverencia reinventa a Rameau

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Si el pasado domingo nos referimos, en las páginas de Scherzo, al revulsivo que la llegada de Baldur Brönnimann ha supuesto para revitalizar el repertorio contemporáneo de la Real Filharmonía de Galicia, nos quedamos hoy con otra de esas programaciones que abren el espectro histórico de lo musical en la capital gallega; en este caso, mirando al pasado, pues en la música antigua se focaliza la quinta edición del Ateneo Barroco, festival impulsado por un Ateneo de Santiago de Compostela en el que podremos escuchar, el próximo 20 de noviembre, al propio Brönnimann en una charla en torno a sus proyectos con la Real Filharmonía, completando el arco de cinco siglos que va desde las jácaras a partir de las que improvisará Ars Atlántica el 20 de octubre hasta las palabras del director suizo sobre sus próximos estrenos orquestales.

La presencia de Ars Atlántica en un programa que incluye la improvisación no es casual, pues en 2023 los seis conciertos que conforman el Ateneo Barroco (ciclo cuya dirección sigue corriendo a cargo de José Víctor Carou) pretenden reivindicar a los intérpretes de música antigua en su vertiente más artística: la del recreador que, desde su investigación musicológica, nos ofrece nuevas formas de escuchar un repertorio ya consolidado, bien sea mediante la concepción de los propios programas, bien reinventando una música que ya creíamos conocer (en sus formas más canónicas), reformulándola a través de transcripciones, arreglos o cambios de contexto.

En este sentido hemos de enmarcar el segundo concierto del Ateneo Barroco en 2023, el que protagonizaron Pavel Amilcar (violín), José Fernández Vera (flauta), Sara Ruiz (viola da gamba) y Andrés Alberto Gómez (clave y dirección). Todos ellos forman parte de La Reverencia, conjunto cuya llegada a Santiago de Compostela sirvió para presentar en concierto un programa hasta el pasado 10 de octubre inédito: el que han dedicado a Jean-Philippe Rameau bajo el epígrafe Quatuors, un título que ya nos suministra pistas sobre la plantilla de una formación que en Galicia ha reinventado las partituras operísticas del maestro borgoñón; y es que, como nos informan las notas al programa, Rameau «ya afirmó que “el cuarteto es lo que reina” en el prólogo de sus Piezas para clavecín de concierto».

Precisamente, en mayo de 2014 grabó La Reverencia, para el sello Several Records, las Piéces de clavecin en concert (1741) de Rameau, un registro que Eduardo Torrico calificó entonces como una versión de “muchísimos quilates”. Esa calidad fue mantenida por La Reverencia en su concierto en el Ateneo Barroco, con una técnica primorosa y una afinación más que adecuada para este repertorio, incidiendo en el empaste instrumental y en una constante búsqueda de la transparencia del cuarteto, aunque con un punto algo contenido que nos ha deparado unas versiones de gran serenidad, marcadas por cierta pátina melancólica, en línea con la visión que Andrés Alberto Gómez tiene de un Rameau cuya vida, dice, fue “amarga en su trato con la humanidad pero lúcida en su diálogo con lo inmarcesible”.

Por descontado, el conjunto de estos cinco Quatuors presenta unos paisajes muy heterogéneos, pero, en global, ha primado en las lecturas de La Reverencia algo de distancia, con un sonido amable, sin agresividad ni una articulación acusadamente acerada, con la elegancia y el refinamiento propios de dicho repertorio francés en el siglo XVIII. En cierta medida, este concepto interpretativo parte desde el clave tocado en Santiago de Compostela por Andrés Alberto Gómez: un Andreas Kilström construido a partir de un modelo à petit ravelement de Johannes Ruckers fechado en 1624 y conservado en el Museo Unterlinden de Colmar (instrumento que es propiedad de Fernando López Pan, clavecinista gallego de cuya colección pudimos escuchar, el pasado mayo y en manos de Pierre Hantaï, otro exquisito Andreas Kilström; aquél, basado en un modelo de Thomas Hitchcock).

La cuidadísima armonización de este Andreas Kilström a partir de Ruckers (tan bien afinado como López Pan acostumbra) suministra una base idónea para el sentido interpretativo de La Reverencia, un conjunto que se adentró en el Primer cuarteto con esa fortísima unidad y equilibrio de voces que los caracteriza, lo cual no quita que en cada movimiento hayan dejado compases de mayor individualización, como el relieve de la viola da gamba en la conclusiva Chaconne, danza española en la que La Reverencia parece haberse sentido en casa, reforzando los contrastes entre sus secciones lentas y rápidas para ganar en dinamismo y expresividad, alternando entre el aire festivo y el recogimiento. Como en los números precedentes de este Primer cuarteto, destaca el empaste entre clave y viola da gamba, asentando un bajo continuo muy serio (hasta sombrío), frente a una flauta que, en el otro extremo, ha volado más libre toda la noche, haciendo vibrar en su instrumento José Fernández Vera lo más grácil y luminoso, así como ecos del canto en las óperas de Rameau. Mientras, el violín de Pavel Amilcar ejerce de puente melódico y armónico, entrelazando el cuerpo del cuarteto.

La procedencia de estas citas operísticas fue especificada por Andrés A. Gómez tanto un día antes del concierto, en la conferencia que pronunció en el Ateneo de Santiago para desgranar las claves musicológicas e interpretativas de estos Quatuors, como en sus notas al programa, encontrándose diseminados en estos cinco cuartetos pasajes de Hippolyte et Aricie (1733), Zoroastre (1749) o Le Temple de la Gloire (1745), ópera-ballet de la que Gómez toma ya para el Primer cuarteto el delicioso Ritournelle que le sirve de obertura.

Cautivado por esos pequeños momentos, por las transiciones entre escenas, las arias breves y las más concisas sinfonías instrumentales, el recogimiento de dichos pasajes es apuntalado en sus cuartetos por Andrés A. Gómez, pues cree que es aquí «donde Rameau condensa una esencia intimista que fulmina por su belleza». El Segundo cuarteto sería un perfecto ejemplo, con su mayor cantábile y presencia de lo vocal sublimado en un arco conformado por viola da gamba, violín y flauta soberbiamente ligado, respirando en trío los ecos operísticos, cual si de arias y recitativos se tratara, siempre sobre la base de un clave a modo de continuo en el que Andrés Alberto Gómez impresiona por su capacidad para plegarse al concepto armónico del conjunto, sin buscar protagonismo. En este Segundo cuarteto, Pavel Amilcar nos dejó momentos más vertiginosos en cuanto a velocidad y estilo, como la conclusiva Air gai en rondeau, con sus ecos de Dardanus (1739) y un ataque más percusivo en el que se entrevé la vigorosa técnica de los mejores conjuntos trasalpinos de música barroca.

Una de las complejidades del trabajo desarrollado por Andrés Alberto Gómez es el concentrar en el cuarteto las hasta diez partes instrumentales provenientes de los originales operísticos, algo de lo cual Viens Hymen, tercer movimiento del Tercer cuarteto, resultó revelador, desarrollado por La Reverencia cual concierto para flauta, violín y continuo. En general, este Tercer cuarteto ha ganado en frescura, color y paleta armónica, así como en cuerpo orquestal, con calidez, gran sentido de conjunto y una expresividad más desenfadada, aunque sigo creyendo que con un punto más de arrojo y espontaneidad La Reverencia podría alcanzar un impacto sensiblemente mayor.

Por lo que al Cuarteto cuarteto se refiere, en éste se explota la construcción desde la oposición de dúos de viola da gamba-clave y flauta-violín, para apuntalar el lado más armónico o el más melódico de las partituras, dejándonos La Reverencia momentos muy inspirados, como el impresionante ritenuto que aplicaron a su expresivo final del Quatuor que abre el Cuarteto cuarteto. En los restantes movimientos los pares instrumentales van explorando otros diálogos tímbricos y armónicos, como el de flauta y viola da gamba en Air Majestueux; mientras que en Air des Musettes La Reverencia se convierte en un metainstrumento dentro de cuyo cuarteto viola da gamba y clave remedan al bordón, con su canto grave. Cierra este cuarteto Tambourin, una nueva muestra del grosor que puede llegar a alcanzar La Reverencia para dar cuenta de las múltiples voces operísticas, al punto de que se dejan escuchar ecos de un concerto grosso y un aroma, nuevamente, italianizante (vía lo provenzal).

La Ouverture del Quinto cuarteto incidió, una vez más, en los diálogos de pares instrumentales, con viola da gamba y violín en un prestissimo acentuado por un más articulado staccato, frente a un dúo de clave y flauta más contemplativo y calmo; armando, desde dicha base, una arquitectura progresivamente complejizada en ritmos y armonía. Por su parte, la Sarabande fue una estupenda demostración de cómo Rameau y Johann Sebastian Bach concebían esta danza de formas tan dispares, con unos juegos de color muy disfrutables en la versión de La Reverencia, marcados por las fluctuaciones armónicas que articula el clave entre la luz y la oscuridad. Ese mismo carácter lúdico y los más desenfadados ecos de lo popular fueron destacados en una bien danzada Gavotte; recalando, por último, en una Chaconne en la que Andrés A. Gómez insufla elegancia, sentido polifónico y virtuosismo desde el clave, acentuando Pavel Amilcar los contrastes en un más marcado ataque a la cuerda grave de su violín.

Como agradecimiento por la tan calurosa ovación recibida al finalizar su concierto, La Reverencia nos ofreció un doble encore, con dos cánones que la musicóloga francesa Sylvie Bouissou atribuye a Jean-Philippe Rameau, el segundo de los cuales, el célebre Frère Jacques, casi cantó a coro el público compostelano. Público culto y respetuoso, éste del Ateneo, a lo largo de las próximas semanas tendrá la posibilidad de disfrutar de algunas de las cimas del repertorio barroco, incluyendo partituras señeras de Haendel, Biber o Bach. De ello les seguiremos dando cuenta en Scherzo.

Paco Yáñez

(Foto: Paco Yáñez)

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