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MUSIca ALcheMIca: un rosario de virtudes

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Habiendo tenido como temática en 2023 la creatividad de los intérpretes de música antigua, el festival Ateneo Barroco de Santiago de Compostela encontró su broche más perfecto con un concierto realmente consecuente con dicho tema: el ofrecido por Lina Tur Bonet al frente de MUSIca ALcheMIca con una selección sobre sus atriles de las extraordinarias Rosenkranz-Sonaten (c. 1676) de Heinrich Ignaz Franz von Biber.

Dada la cambiante afinación del violín a lo largo de estas Sonatas del Rosario, el concierto que clausuró el festival casi se convirtió en una más de las conferencias a las que nos acostumbra el Ateneo compostelano, pues entre cada sonata Lina Tur Bonet nos fue explicando, mientras afinaba sus violines barrocos, el sentido de dicha afinación y el progresivo constreñimiento del violín en una octava: proceso musical que —dice— es un reflejo del dolor experimentado por Jesucristo en la Pasión (algo que Tur Bonet ha relacionado con la tensión a la que se somete tanto al violín como al propio violinista que acomete estas partituras, ante la complejidad que supone tocar semejantes scordaturas, convirtiendo su instrumento en algo extraño para el músico).

Otra cuestión no menor en estas Sonatas es la instrumentación por la que cada conjunto  opta, algo que, en el caso de MUSIca ALcheMIca, nos deja un estupendo ejemplo de creatividad y estudio de la partitura, convirtiéndose cada elección instrumental en un paisaje pictórico, psicológico y religioso, en consecuencia con la temática de cada Misterio. De hecho, en su referencial lista de las diez mejores grabaciones de estas Rosenkranz-Sonaten, Eduardo Torrico elevaba el registro efectuado en 2015 por MUSIca ALcheMIca para el sello Pan Classics hasta el primer puesto de sus preferencias, otorgando un gran valor, además de a la maduración y adecuación técnica de la interpretación, a la creatividad en las combinaciones instrumentales y a su pertinencia dentro del enfoque sacro-profanum preconizado por el propio Biber.

En Santiago de Compostela, las ocho piezas abordadas han contado, además de con los violines barrocos de Lina Tur Bonet, con Daniel Oyarzabal, en clave y órgano, y con Andrew Ackerman, en el violone. Una reducción de efectivos, por tanto, con respecto a la grabación discográfica de MUSIca ALcheMIca, pero que no nos ha privado de unas combinaciones tímbricas tan bellas como interesantes a nivel simbólico. Otro elemento dramatúrgico lo constituyó la entrada de Lina Tur Bonet, pues la violinista ibicenca desgranó sus primeros compases deambulando por el patio de butacas, hasta reunirse con Ackerman y Oyarzabal sobre el escenario para continuar una Sonata I en Re menor que han interpretado a trío. Juntos, nos muestran ese Biber que ya le conocemos a Tur Bonet en disco, tan cálido y luminoso, con un estilo mediterráneo y un lirismo que contrasta fuertemente con algunas de las grabaciones que uno tiene como referencia, como la de Reinhard Goebel (Archiv, 1990): mucho más angulosa y severa, todo un contrapunto de acerado germanismo frente al grácil aleteo del Ángel que Lina Tur Bonet ha expuesto en su Primera sonata, tan colorida y fresca.

La Sonata II en La mayor mostró el arduo trabajo de afinación con el que Lina Tur Bonet tuvo que lidiar a lo largo de la noche, dada la humedad ambiental que padecemos en Compostela. Afinado su violín en La-Mi-La-Mi, para remedar la cercanía de temperamento y el mismo estado de gravidez en el que estaban la Virgen María e Isabel en el encuentro referido en este Misterio, Lina Tur Bonet y Daniel Oyarzabal han reforzado aquí la oralidad de violín y clave, su línea vocal y un refinamiento recogido e intimista, al tiempo que cómplice, buscando un carácter que Tur Bonet dice «muy femenino». Dentro de este ambiente tan cálido y bello que ambos han creado, el Presto conclusivo marca un contraste realmente poderoso, con la gran velocidad, articulación y energía en el ataque expuestos por Lina Tur Bonet: violinista que, como destacó Eduardo Torrico en su día, es una gran conocedora de la escuela vienesa, pero cuyo instrumento en muchos momentos se deja imbuir del más directo y aguerrido estilo de los mejores conjuntos italianos de música barroca, lo que multiplica los perfiles de estas Sonatas del Rosario, haciéndoles ganar en color y ecos.

Dentro de los acusados y tan pertinentes contrastes que MUSIca ALcheMIca nos ha ofrecido en Santiago, la Sonata IV en Re menor constituyó el mejor ejemplo entre los Misterios Gozosos, convirtiéndose en una de las sonatas más heterogéneas tímbricamente, al incluir violín, violone, órgano y clave (el Andreas Kilström construido a partir de un modelo à petit ravelement de Johannes Ruckers (1624) que escuchamos a La Reverencia días antes). Dentro de esos contrastes, destacan los de luz y oscuridad, así como los de tempo, con un febril accelerando inicial desde la poderosa base del violone del siempre excelso Andrew Ackerman, sobre el que Lina Tur no deja de hacer brillar su violín, con un deje lúdico y juguetón que es, de nuevo, consecuente con el Misterio al que esta sonata se refiere: el de la presentación de Jesús en el templo.

Toda la Cuarta sonata ha sido expuesta desde la alternancia de tempi, enfatizando Oyarzabal, en las partes lentas, sombríos presagios de la Crucifixión, por medio de un grave dramático y bien empastado con el violone: desde cuyo continuo Tur Bonet va anticipando nuevos contrastes hacia unos compases rápidos en los que Oyarzabal opta por el clave para ganar en agilidad y preciosismo. En dichos pasajes, el staccato del violín, tan enérgico, anticipa la tensa violencia de la Pasión, con un énfasis rítmico muy disfrutable, como lo habían sido sus deliciosos diálogos con el violone, tan vocales y contrastados en timbre. Del mismo modo, la dramaturgia prima en esa última nota que el órgano deja suspendida: amenazante y cargada de trágicos augurios que se confirmarían en los Misterios Dolorosos, compactando la narratividad y el estilo de estas Rosenkranz-Sonaten con tanto criterio reinventadas por MUSIca ALcheMIca.

La Sonata VI en Do menor fue concebida en su totalidad como un episodio de temblor: remedando el de Jesús en el Monte de los Olivos. El propio violín de Lina Tur Bonet apuesta por ese estremecimiento en la resonancia interválica de su afinación, con una segunda menor que, armónicamente, se convierte en asomo de una disonancia interna, tanto en el violín como en el ánimo de Cristo al intuir su destino. Por cómo MUSIca ALcheMIca la ha expuesto, esta Sexta sonata se alza como una de las más complejas y tenebristas: pura dramaturgia en una vacilación armónica para la cual el órgano se antoja el acompañante idóneo, con sus resonancias y temblores, en otro pasaje en el que la oralidad del violín se transmuta en plegaria, multiplicada en su dúo final por Daniel Oyarzabal: de una belleza tan luminosa como perturbadora.

De nuevo con órgano y violín, la Sonata IX en La menor fue convertida en un arduo proceso de ascensión armónica que espejea la subida de Cristo con la Cruz a cuestas. La reconocida experiencia de Lina Tur Bonet y Daniel Oyarzabal en el repertorio contemporáneo (ambos han estrenado obras de José María Sánchez-Verdú, por poner un ejemplo) les permite conseguir en esta sonata ese atisbo de lo que Juan Goytisolo decía intemporal modernidad que recorre la historia. En el caso de la Novena sonata, los juegos de Oyarzabal con el mecanismo del órgano resultan paradigmáticos, con sonoridades en tenuto dignas del John Cage tardío. Frente a esa inmensidad contemplada, el violín ofrece un rostro más humano y poético, más melódico que el tan vertical y tímbrico órgano.

La Sonata X en Sol menor se interpretó con órgano, clave, violone y violín, incidiendo en sus sonoridades programáticas asociadas a la Crucifixión, con martillazos, alaridos y terremotos vinculados al registro grave, mientras que el violín expone el lírico y sentido lamento de la Virgen. No es el único apunte de oralidad que MUSIca ALcheMIca ha dejado en esta sonata, pues sus instrumentos también han remedado los gritos de la turbamulta exigiendo la crucifixión. Ese lirismo del violín (tan diferente del de un Goebel) contrasta de forma muy hermosa con el uso combinado de órgano y clave, en una de las decisiones instrumentales de más subyugante belleza tímbrica de la noche, por su híbrida sonoridad. En esta Décima sonata reaparece el poderoso staccato de la Cuarta, concluyendo con un final en órgano, violone y violín de una inspiradísima musicalidad, virtuosismo y velocidad, trazando un arco entre sus instrumentos que fue premiado con una de las mayores ovaciones escuchadas tras cada sonata.

Con la misma plantilla que la anterior, la Sonata XIV fue convertida por MUSIca ALcheMIca en una gran fuga en la que volvemos a encontrar a una violinista de enorme inventiva tímbrica y libertad en el fraseo, con una florida ornamentación en su ascenso armónico hacia el cielo. Soberbio, ha estado aquí Andrew Ackerman, con un ataque percusivo de gran expresividad y resonancia, portando, como el violín, reminiscencias folclóricas: una danza que se alterna con lo más lírico y espiritual, repartiéndose aquí el protagonismo como primeras voces entre los tres instrumentistas, por lo que su construcción acaba deviniendo más ricamente camerística. El flautando final en el violín, con su dominio de los armónicos, nos remite a los últimos y etéreos momentos de la Asunción, tras cuya desaparición, la conclusión de violone en pizzicati y clave nos dejan un momento delicadamente sublime.

Como no podía ser de otro modo, terminó esta selección de las Sonatas del Rosario con la Passacaglia en Sol menor: ese mantra y letanía —como lo definió Lina Tur Bonet— que se convirtió en una auténtica lección de violín, llevada al máximo la paleta técnica, tímbrica y armónica del instrumento en el siglo XVII. Magistral, la ibicenca, tanto en las dobles cuerdas como contraponiendo colores y acompañamiento a modo de bajo continuo en resonancias, además de enfatizar, en sus últimos compases, un eco del motivo inicial de la Asunción, reforzando la advocación mariana de estas Rosenkranz-Sonaten en las que MUSIca ALcheMIca va más allá de su dimensión religiosa, para crear un momento de belleza poética trascendente. La enorme ovación final así lo ha ratificado, rubricando esta sobresaliente quinta edición del Ateneo Barroco.

Paco Yáñez

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