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Como en casa (pero mejor)
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Ha tenido valor el Ateneo Barroco compostelano a la hora de insistir en celebrar su segunda edición en momentos como estos. Pero hubiera sido una pena no aprovechar el excelente sabor de boca dejado en su primer año y crear un hueco que obligara, en cierto modo, a empezar de nuevo cuando desaparecieran por completo los condicionamientos de la pandemia. Este del pasado viernes ha sido el primero de la serie —iniciada por Al Ayre Español y continuada por Sara Ruiz— al que hemos asistido este año y reunía a dos figuras tan poco convencionales, tan versátiles y tan atractivas musicalmente como la soprano milanesa Roberta Invernizzi y el arpista compostelano Manuel Vilas —que es quien concibió la idea del programa—junto a un grupo de músicos agrupados en el conjunto Ars Atlántica que dirige el propio Vilas: la pianista Patricia Rejas —con un square Bradwood de 1830—, la violagambista Sara Ruiz, la violinista María García Bouso y José Manuel Dapena con la guitarra romántica. De ellos destacó el estupendo trabajo de Ruiz y el virtuosismo de Dapena, quien bien podía haberle dicho al público, previamente aleccionado por Vilas —siempre tan naturalmente pedagógico ante cada uno de los bloques en que se dividía la propuesta—, al terminar de tocar la Fantasía sobre motivos de “La traviata” de Joaquín Arcas, que eso lo tocaba en su casa no el que quería sino el que podía.
La idea de dedicar la sesión a las transcripciones —muchas de ellas anónimas y por ello mismo con un plus de rara domesticidad— de fragmentos de óperas para ser interpretados en los salones de la sociedad más o menos bien a lo largo de unos cuantos siglos supuso un paseo de Monteverdi a Verdi, y de ahí el título general de: Monte-Verdi: o arte da transcripción operística. Hubo obras de Donizetti, Bellini, Scarlatti, Vivaldi, Rossini, Piccinini, Paisiello, Cesti y, claro está, Verdi y Monteverdi, todo ello en distintas combinaciones solistas o acompañantes. La estética del Paraninfo de la Universidad en la Facultad de Geografía e Historia era perfectamente ideal para lo que de salón del XIX tenía una buena parte de lo que se escucharía.
El eje de la velada era, y fue, la voz de la gran Roberta Invernizzi, una cantante sin la cual no se entiende la interpretación del repertorio barroco en nuestros días y que, sobre estar magnífica por técnica y estilo en cada una de sus intervenciones —que empezaron nada menos que con la “Casta diva” de la Norma de Bellini— dio soberana lección en el par de fragmentos del Orfeo de Monteverdi con el concluía la soirée: “Tu sei morta” y “Eccopur ch’ voi ritorno”. Justo antes, Vilas había dejado al respetable con la boca abierta en una improvisación sobre el Lamento d’Arianna. Y justo después Invernizzi rizaba el rizo del programa, esta vez a solo, con una canción popular mexicana —hasta a los mariachis hizo alusión Vilas— de clara inspiración en el Rigoletto de Verdi.