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Contra la tristeza

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Estaba tristón Santiago el martes, ni lloviendo ni sin llover, ni con gente ni sin gente en la calle, esperando medidas más duras ante la pandemia que, como ciudad universitaria que es —válgame Dios, que hayamos llegado a estas conclusiones—, le ha atacado especialmente. Precisamente por los problemas para viajar en estos días no pudo acudir a la cita el clavecinista Skip Sempé, que había de hacerse cargo junto a su colega Pierre Hantaï de un programa íntegramente dedicado a Rameau con el título de De la escena al teclado. Hantaï sí que pudo acudir a la cita y planteó un programa con música de Johann Sebastian Bach que era también un homenaje a su maestro Gustav Leonhardt, como explicaron José Víctor Carou, director del ciclo Ateneo Barroco, y el clavecinista coruñés Fernando López Pan al inicio del recital.

El planteamiento de Hantaï fue enormemente interesante pues discurrió del fragmento a la obra grande, de un aria mínima a la transcripción que el propio Leonhardt hiciera de la Partita nº 2 para violín solo más un par de preludios y fugas, los Seis pequeños preludios escritos para su hijo Wilhelm Friedemann, el preludio de una de las suites para laúd… Todo fue dicho con hondura cuando procedía y con ligereza cuando también, con una pericia técnica —incluyendo las endiabladas partes más agudas de la Chacona— verdaderamente admirables y con esa seriedad en el concepto que, incluyendo su propia presencia, es tan característica de quien es uno de los grandes clavecinistas de nuestros días. Tan grande que estuvo en Santiago dándolo todo ante medio centenar de espectadores en tarde triste de la que supo, como la música que tocó, redimirnos por un rato y hacernos sensatamente felices.

 

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